Sí, habéis leído bien.
En fechas recientes he estado de vacaciones en Blanes, a la sazón la localidad más al mediodía de la denominada Costa Brava. Playas larguísimas, mucho sol y mucha cerveza, o sea, lo que se le pide a un destino turístico playero.
Fuimos en tren y ya desde Barcelona la playa se torna infinita, con kilómetros de arena y un mar azul resplandeciente.
El primer día, como es natural, nos lanzamos a la arena cual gladiadores con todo el armamento: toallas, sombrilla, gafas de sol y crema solar. Y cuando me disponía a posarme sobre la suave arena, mis pies me informaron al instante que la toalla iba a ser depositada sobre una capa de cantos rodaos que me dejaron los pies sin durezas y sin callos en cuestión de cinco minutos. En otras palabras, tuve la sensación de estar en una cantera de grava, tal es así que me compré unos escarpines para poder andar como una persona normal y no como Chiquito de la Calzada.
Pero fuera de eso la verdad es que muy bien, es un sitio muy tranquilo (y eso que me ha tocado las dos semifinales y el final del Mundial) y del que me llevo una agradable sensación. Agua limpísima, playas cuidadas, ambiente nocturno pero sin pasarse, la gente muy amable -gracias desde aquí al matrimonio que nos indicó la dirección del hotel- y en suma, un destino vacacional recomendable para familias con niños o con ganas de tranquilidad.
viernes, 16 de julio de 2010
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