Hoy os voy a contar una historia real, ocurrida hace ya unos cincuenta años, y que me fue contada por uno de sus protagonistas.
En un pueblo de la España de entonces, tan distante a la de hoy que parece irreal, apareció un año cualquiera un viajante. Entonces, un viajante era junto a la radio la única conexión que se tenía con el mundo, y eso daba al forastero un aura de misterio y credibilidad a partes iguales. Eran personas que comerciaban con todo tipo de productos manufacturados, desde medias de mujer, a perfumes, herramientas y cualquier cosa que pudiese ser vendida.
El viajante informó a todo el que quiso saberlo que compraba a buen precio un artículo cuando menos extraño: compraba espigas de centeno, pero no cualquiera, sino aquéllas que tendrían un pequeño hongo negro hundido en sus granos. Y pagaba bien.
A la lógica pregunta de porqué compraba un centeno que nadie quería por ser considerado desecho ("una plaga"), el extraño repuso que era para la industria farmaceútica, sin más explicaciones.
Aquel año, muchos chiquillos y algunos no tanto, se lanzaron a los campos de centeno, buscando las espigas contaminadas. No era fácil encontrarlas, pero el viajante se fue con su producto a aquel mundo que estaba más allá del monte y de la imaginación.
Nunca se volvió a ver a aquel personaje tan raro, y la vida transcurrió sin más.
Tan sólo muchos años más tarde, aquellos chiquillos averiguaron qué es lo que realmente estaba buscando el viajante.
sábado, 15 de mayo de 2010
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