sábado, 15 de mayo de 2010

El viajante

Hoy os voy a contar una historia real, ocurrida hace ya unos cincuenta años, y que me fue contada por uno de sus protagonistas.
En un pueblo de la España de entonces, tan distante a la de hoy que parece irreal, apareció un año cualquiera un viajante. Entonces, un viajante era junto a la radio la única conexión que se tenía con el mundo, y eso daba al forastero un aura de misterio y credibilidad a partes iguales. Eran personas que comerciaban con todo tipo de productos manufacturados, desde medias de mujer, a perfumes, herramientas y cualquier cosa que pudiese ser vendida.
El viajante informó a todo el que quiso saberlo que compraba a buen precio un artículo cuando menos extraño: compraba espigas de centeno, pero no cualquiera, sino aquéllas que tendrían un pequeño hongo negro hundido en sus granos. Y pagaba bien.
A la lógica pregunta de porqué compraba un centeno que nadie quería por ser considerado desecho ("una plaga"), el extraño repuso que era para la industria farmaceútica, sin más explicaciones.
Aquel año, muchos chiquillos y algunos no tanto, se lanzaron a los campos de centeno, buscando las espigas contaminadas. No era fácil encontrarlas, pero el viajante se fue con su producto a aquel mundo que estaba más allá del monte y de la imaginación.
Nunca se volvió a ver a aquel personaje tan raro, y la vida transcurrió sin más.
Tan sólo muchos años más tarde, aquellos chiquillos averiguaron qué es lo que realmente estaba buscando el viajante.

El abuelo

Aquella mañana de primavera salió el sol por primera vez en muchos días. Lluvia, viento y nubes habían quedado atrás, y un límpido cielo azul acarició la ventana de José, que sonrió como sólo puede hacerlo un niño de cuatro años.
Mamá le besó suavemente para terminar de despertarlo, como hacía todos los días, y le puso el desayuno de costumbre: leche y galletas. Deprisa, porque Mamá debía ir a trabajar y José tenía que ir a casa del abuelo durante toda la mañana.
Se vistió deprisa, cogió la chaqueta azul de punto y corrió al coche, sentándose en su sitio. El trayecto fue de tan sólo unos minutos, durante los que José se acordó de lo triste que estaba su abuelo, sobre todo desde que la abuela se fue al cielo. Y llevaba unos días muy triste muy triste, toda la mañana sacando fotos viejas en blanco y negro, donde estaba vestido de soldadito y era muy joven y guapo y fuerte. Incluso un día sacó una camisa que era de cuando la guerra. Estaba rota por muchos sitios, pero limpia y muy bien doblada. Ese era su secreto. Cuando Mamá venía, José le decía que se lo había pasado muy bien, aunque hubiese estado viendo la tele y mirando al abuelo a hurtadillas por el hueco de la puerta, cómo miraba sus cosas del cajón con llave.
Pero esa mañana el abuelo estaba más contento que los días anteriores, y abrazó a José muy fuerte, como si no lo hubiese visto hacía mucho tiempo. Bajaron al parque y jugaron juntos, riéndose, abuelo y nieto, uno jugando y el otro mirando feliz. Subieron a casa y estuvieron leyendo un cuento de príncipes y princesas, hasta que llamaron a la puerta. Era Manuel, un amiguito del abuelo. No dijo nada, pero una extraña sonrisa cruzaba sus labios, y sus ojos centelleaban como los de un demonio. José se asustó mucho y se puso detrás de su abuelo, que abrazó a Manuel y le dijo:
- Por fin han cesado al hijoputa ese, no ha podido con nosotros
José no entendió nada, pero cuando Mamá vino a por él y le preguntó qué tal, le dijo que ese día el abuelo se había ido al cielo, con la abuelita. Mamá no preguntó nada…hacía mucho tiempo que no se hacía preguntas.

lunes, 10 de mayo de 2010

Vino casero

El otro día me regalaron una botella de vino casero, y hoy la he abierto para darle un buen lance: vino como el de antaño: con mucho cuerpo, rascando la garganta y sabor dulce, recordando a la sangría o a fruta madura.
Era auténtico vino de Cariñena, como el de los jornaleros de la posguerra.
Casi me echo una jota enmedio de la cocina, rediela.

Yyyyyy, por só-ñár loimposiíblé, só-o-o-ñé
que la nieve ardíaaaaáaaá aaaaa aáaaaaa aaaaaaaaaaaa.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Altura de las señales verticales

Ayer os contaba el leñazo que me metí como peatón contra una señal, que me obligó a ir a que me hicieran un remiendo en la frente.

Resulta que hablando del tema en la oficina, soy el cuarto que tiene un disgusto con la misma señal, y otros varios han andado cerca.

Ayer envié un mail al Ayuntamiento de Huarte pidiéndoles que retirasen la señal, y hoy he vuelto a ir al Panadero de Eugi a comer, y he preguntado por la señal. Parece que en realidad es de la panadería y no del Ayuntamiento, pero digo que yo que una señal así en la vía pública necesitará por lo menos autorización municipal...

El caso es que un buen amigo (gracias, Kampfwagen) me ha enviado un enlace con información sobre la normativa vigente en materia de señalización vertical. Eso ha despertado mi curiosidad, así que he buscado la fuente original, y la he encontrado en el BOE número 25 del 29 de Enero del año 2000, que publica la orden de 28 de diciembre de 1999 por la que se aprueba la norma 8.1-IC, señalización vertical, de la Instrucción de Carreteras.
La página que interesa en este caso es la 4.072 (24 del pdf), en la que la sección 3.4.1 describe la altura que deben tener las señales que se colocan en los márgenes de la plataforma.
Y dice
"En zona urbana, si la señal o cartel se situase sobre aceras o zonas destinadas
a la circulación de peatones, la diferencia de cota entre el borde inferior de
la señal o cartel y dicha acera o zona no será inferior a 2,2 m.
del página
24."
Vamos, que el cartelito de Uso Exclusivo Clientes no cumple la norma por más de dos palmos.

Vamos, que aún tengo más ganas de darle con el cartelito al que se le ocurrió saltarse la norma 8.1-IC.
A ver si me contestan del Ayuntamiento...

lunes, 3 de mayo de 2010

¿Ves la señal?

Sí, esa que, aunque aquí no se vea bien, dice "Uso exclusivo clientes". Bueno, pues yo no la he visto.

Ver en un mapa más grande
Y la consecuencia ha sido la lógica: brecha en la frente, literalmente un siete, con cierta pérdida de masa y necesidad de un punto para intentar que lo que ha quedado cicatrice en su sitio.

La inclinación de la señal no ha sido cosa mía. Yo ya me le he encontrado así. Quizás algún peatón que antes que yo sufrió similar accidente tuviese la cabeza más dura, o la tomase con ella posteriormente. Porque sé de buena tinta que no soy el primero en dar con los cuernos contra ella. Y os aseguro que me he acordado del que tuvo la feliz idea de poner una señal en mitad de una acera estrecha, a 1,70 de altura. Afortunadamente para mí no estaba por allí el individuo en cuestión, porque creo que se la hubiese echo tragar.
No sé si será cosa del Ayuntamiento de Huarte, o de "El Panadero de Eugi", que suyo es el parking de uso exclusivo de clientes, pero voy a intentar averiguarlo para sugerirles que retiren la señal antes de que los peatones se la tumbemos a cabezazos.