sábado, 12 de junio de 2010

Cómo ligar en Pamplona

Volando, vooolaaaaaaaaaando, a Pamplona voy volando.
Bien, pues tras navegar por las procelosas aguas de Internete he visto que sobre todo en Pamplona, hay un tema candente, y lo sigue siendo desde hace por lo menos veinte años: ligar.
Yo hace esos mismos veinte años que dejé atrás mi jumentud, y ya no frecuento los sitios ni las horas a las que es necesario acudir para ligar. Esto es, los bares o las discotecas los findes por la noche. Claro está, me refiero a ligar sin conocer previamente a la chica, o sea, jugarse el tipo.
No sé cómo será ahora, pero os lo voy a contar para que os riáis un rato de lo anormales que se puede llegar a ser con veinte años.
Bien, comencemos.
Os lo voy a relatar como un soldado que va a las Cruzadas, porque entonces la cosa no era para menos.

El buen soldado lo primero que debe tener en cuenta que él solo no puede conquistar Jerusalén, necesita un buen ejército (léase los amigos).
También ha de tener en cuenta que la empresa que acomete no es sencilla ni mucho menos, pues el Infiel es poderoso y cuenta con terribles aliados (o sea, la chica a ligar va a ser dura de cojones, y tiene pérfidas amigas que harán lo que sea con tal de que no te la lleves al güerto).
Asín pues, el buen soldado además de serlo debe parecerlo: hay que ir limpio y aseado (nadie quiere saber nada de un soldado oliendo a sobaquina), vestido de persona y no de gañán con chándal de yonki, debe oler agradablemente y no a güiscazo, debe tener conversación fluida pero no ser un chapas. Si a todo esto le acompañamos una buena ginebra con limón tomada a sorbitos, ya estamos preparados para el primer asalto.

Tras esta pequeña introducción teórica, vamos al magro del asunto, que es explicar las tácticas.
La situación suele comenzar cuando un grupo de féminas al cual nadie conoce irrumpe en el campo de batalla (el bar), se sitúa en un rincón del mismo, y no hace nada. Piden su consumición y hablan generalmente en grupitos de dos o tres, pues la música ambiente no permite la comunicación en grupos de más personas.
A estas alturas de la invasión, nuestro comando de zapadores especiales ya debe haber reconocido el terreno: unas miraditas hacia el grupo que sean devueltas ya nos dice cuáles deben ser nuestro objetivo principal. No desestimaremos los objetivos secundarios de momento, pues todavía es pronto para tomar decisiones: en muchas ocasiones se persigue una estrella fugaz para dejarse un diamante en el camino.
Bien, en el juego de las miraditas la cosa generalmente va a más, sobre todo cuando la chica aparte de mirar hace comentarios al oído a una de sus amigas, que también mira. Se puede decir ya que se ha seleccionado el objetivo (y él a nosotros). Si en cambio los comentarios tras las miraditas son a casi todas las chicas del grupo, deberemos cesar en nuestro intento: es un akelarre en el que se está despellejando vivo a un macho cabrío, y cualquier incursión en el grupo terminará en fracaso y en un bochorno espantoso.
Si en cambio se ha producido el primer caso, o sea, hemos conseguido una convergencia de intereses, la cosa va más o menos bien, pero tan sólo hemos destapado la caja de Pandora, ya que a partir de ahora lucharemos contra las serpientes más ponzoñosas y los demonios más iracundos, o sea, las amigas envidiosas.
Hay que entrar…¿cómo hacerlo?. Es como el salto BASE, da vértigo pero una vez hemos dado el impulso es como estar flotando, sólo nos dejamos llevar.
Lo más rápido y que mejores resultados da es esperar pacientemente como ave de presa a que pongan una canción bailable tal como una buena ranchera, o algo que exija el agarre mutuo de cuerpos de distinto sexo. Para ello, nada mejor que mandar un comando especializado en forma de amigo que pida al camarero que ponga una canción al efecto. En Pamplona dan mucho juego las canciones sanfermineras que son como un éxtasis colectivo, es raro que una de estas falle.
Las chicas de por aquí generalmente se ponen (o ponían) a bailar juntas entre sí, y es entonces cuando el Infiel ha de ser sorprendido en su momento más débil, pues la cohesión de grupo se ha roto. Nos pondremos al lado de la chica y le tendemos la mano, sosteniendo la mirada que debe ser agradable y nada rijosa aunque ya estéis pensando en las pelis gorrinas que os bajáis del emule.
Y es precisamente aquí cuando Miguel Ángel debió pintar la creación en la capilla Sixtina, cuando Dios da la vida al hombre, pues si la chica os devuelve la mirada y os coge la mano, mil trompetas sonarán en el cielo aunque el cubatazo que lleváis entre pecho y espalda no os deje oírlas.
El baile debe ser suave, acompasado y siguiendo los ritmos, dejándose llevar por el ambiente y por la música, pero no hay que confiarse pues sólo disponéis de dos o tres minutos antes de que se rompa el encantamiento, así que debéis ser fríos como el hielo del vaso que tenéis en la mano y comenzar por la conversación, que lógicamente ha de pasar por preguntarle su nombre. Porque el soldado que tenemos enfrente es un soldado como nosotros, respira como nosotros, sufre como nosotros, tiene sentimientos, tiene corazón, y además tiene dos poderosas razones por las cuales somos capaces de vender a nuestra propia madre en ese momento.
Así que impasible el ademán, con una mano en su mano y la otra en su costado, bailaremos y averiguaremos valiosos datos, tales como su nombre y si suele venir a ese bar concreto, y si no es a ése cuáles suele frecuentar. Aquí la atención debe ser máxima, pues son datos vitales para la consecución del objetivo.
Aun herido, el Infiel se revuelve cual gato panza arriba, y aunque sus ojos digan sí, su boca dice no, vamos, que además de dar un nombre falso dice que no suele venir nunca por aquí, aunque nos conozca de vista. Si no tenemos pruebas (para esto hay que ser buen fisonomista), lo prudente es acabar cortésmente el baile y a por otro cubata. Pero si la pillamos en renuncio, hay que sacar la caballería acorazada y martillear sin piedad…”pero si te vi el sábado pasado aquí mismo con tus amigas”. Es un golpe de efecto demoledor, pues le hemos mostrado que a nuestro servicio de inteligencia no se le engaña fácilmente, y además que nos hemos fijado en ella.
Llegados a este punto, en que ya tenemos el nombre verdadero y sus costumbres noctívagas, queda una muralla no menos formidable ante nosotros… “¿de qué cojones hablo yo ahora”?.
Bien, el espionaje previo al escrutar tras el culo del vaso del cubata nos ha ofrecido valiosos datos tales como complexión física, peinado, vestimenta, tipo de bebida que pide, piercings, tatuajes y todo aquello que se ve a simple escaneo a 1200 pixeles por pulgada (incluyendo escote vertiginoso en su caso). Estos datos son los que definen la posterior conversación, que versará sobre temas deportivos si la moza tiene complexión como para serlo, sobre ropa moderna si su indumentaria lo es, sobre tatuajes o piercings si tiene uno, y sobre peinados solamente si el soldado de asalto no es calvo, porque si no queda como mal.
A partir de aquí, el verbo y la locuacidad es importante, así como saber administrar los silencios efectistas. La regla de oro es que si alguien sale a las tantas de la noche fuera de su casa, no es para que le larguen el cuento de María Sarmiento, sino para pasárselo bien ergo reírse….
Pero poderosos ángeles caídos nos acechan, nos miran desde lo más profundo de sus madrigueras, sus ojos inyectados en sangre son como antorchas, y como un solo hombre, acudirán a la llamada del Ragnarok a devastarnos con sus voces horrísonas y sus manos de seres de otro mundo. Las amigas, al ver la jugada maestra, se le acercan y le empiezan a preguntar cosas sin importancia al oído, más que nada para distraer su atención, o incluso sugiriendo el cambio de bar…”¡¡¡Mecago en su pu.. m…!!!!!”. Es el momento de llamar al Estado Mayor del Ejército Cruzado (mirada de auxilio a los amigos), que debe estar emplazado a la distancia no mayor de un paso de marcha ligera, y usar la formación romana de la tortuga. La primera línea de combate la formarán veteranos de guerra de amplia espalda, que interpondrán entre nuestra línea visual y los demonios, y resistirán el mayor tiempo posible sus furibundos ataques. Es cuando debe mandarse de urgencia a un zapador a que pida al camarero otra canción de sanfermines, aunque sea la misma que antes (total, nadie se va a dar cuenta o no le va a importar).
Los diablos, cuales cobras venenosas sentirán por unos minutos una música rítmica bombear por sus venas, y quedarán parcialmente anestesiados. Ahora es cuando el grueso de nuestro glorioso Ejército debe lanzar el ataque final: son los amigos quienes deben sacar a bailar al resto del grupo, disgregándolo y haciendo que pierda su poder.
Para entonces, ya habrá pasado un buen cuarto de hora o veinte minutos que nos habrán parecido eternos, y es cuando damos el primer hachazo: “¿vamos a otro bar?”. Es una pregunta que debe hacerse al grupo, pues ya hemos inoculado el virus y éste se propaga con inusitada rapidez. La respuesta suele ser afirmativa, y si no, no se suele esperar mucho para que alguien lo proponga, esta vez con el resultado deseado.
Salimos a la calle, cuando sentimos el aire en los pulmones y vemos a nuestra princesa tal y como es, sin artificios, natural, sin sombras ni nada que pueda esconderla. Tal y como nos ve a nosotros. Es un momento crucial, en el que hay que comportarse como auténticos caballeros de la Orden de los Templarios, y proponer cuanto antes uno de los bares a los que ella ha dicho que va, aunque por dentro nos dé cien patadas.
Entraremos al bar pero con la máxima alerta puesta en los sentidos, pues elegiremos ponernos en un sitio en el que no quepan más de dos personas pegaditas, preguntaremos qué es lo que quiere tomar (lo cortés no quita lo valiente) y lo pediremos en la barra pagando nosotros por supuesto. Porque si la cosa es al revés y nos pregunta ella a nosotros, podemos dar por hecho que hemos conseguido entrar en Jerusalén, y las mil y una noches se abren a nosotros.
Le llevaremos su consumición y se la daremos a la mano, y es aquí cuando la mirada vuelve a tener un protagonismo especial que dice todo, ya sólo queda acercarse un poquito a su cara y…..



Esto no pretende ser un tratado exhaustivo, ya que sólo se ha elegido una de las múltiples variantes que puede darse en el difícil arte de torear sin ser corneado, y que además cada situación puede dar lugar a un sinfín de otras, de forma que unas mismas premisas llevan a resultados totalmente diferentes en función de las circunstancias. Como siempre, el éxito depende de la capacidad del soldado para interpretarlas en su justa medida.

Valor, ¡y al toro!

4 comentarios:

  1. Ya me acuerdo yo también, cuando muchos eran los capitanes y pocos los soldados.

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  2. Yo fui pasando de recluta a soldado raso, cabo, cabo furriel, sargento, teniente, capitán, coronel y al final general, o sea, que generalmente no me comía una rosca. Pero con tácticas como la descrita algo ya caía.

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  3. JA, ja, ja, ja, qué bueno. Desconocía totalmente tus tácticas amatorias y menos todavía los triunfos que surgieron como consecuencia de ellas. Así que me puedo imaginar cuales fueron tus armas para conquistar a tu chica "T".
    Cris

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